J. W. Waterhouse, A Tale from the Decameron (1916) |
Como se lee en la Jornada I, los diez jóvenes salen de la iglesia de Santa María Novella convencidos de la necesidad de huir al campo y abandonar el caos de la pestífera Florencia. La técnica narrativa boccacciana del juego de contrastes se concreta aquí en la oposición ciudad/campo, o lo que es lo mismo: caos, peste, amoralidad frente a orden, belleza, honestidad. Pampinea reconoce que la peste también hace estragos en el campo, pero que allí todos estarían mejor:
Yo estimaría muy adecuado que, (...) fuésemos a quedarnos honestamente en nuestras posesiones en el campo, que todas poseemos en abundancia, y allí disfrutásemos de la fiesta, la alegría y el placer que pudiésemos, sin traspasar en acto alguno el tope de la razón. Allí se oyen cantar a los pajarillos, se ven verdear las colinas y los llanos, y los campos de mieses ondear como el mar, y unas mil especies de árboles, y el cielo más abiertamente que, aunque esté aún enojado, no por ello nos niega sus bellezas eternas, que son mucho más bellas de contemplar que las murallas vacías de nuestra ciudad; y allí, además, el aire es mucho más fresco y hay más abundancia de esas cosas que son más necesarias para la vida en estos tiempos, y es menor el número de molestias. Por lo que aunque allí mueran los campesinos como aquí los ciudadanos, el disgusto es menor porque las casas y los habitantes son menos que en la ciudad. (...) Y recordad que no es peor para nosotras marchar honestamente que para gran parte de las demás quedarse deshonestamente.
Desde que los jóvenes llegan a la primera villa, a unos tres kilómetros de Florencia, la naturaleza se describirá idealizada siguiendo tópicos del locus amoenus:
Estaba dicho lugar sobre una pequeña colina, algo alejado por todas partes de nuestros caminos, con diversos arbustos y plantas pobladas de verdes hojas de agradable aspecto; en cuya cima había una villa con un hermoso y amplio patio central, con pórticos y con salas y alcobas a cual más bella y decorada con agradables pinturas llenas de admiración, con pequeños prados y con maravillosos jardines y con pozos de preciados vinos: cosas más propias de refinados bebedores que de sobrias y honestas damas. Y el grupo, al llegar, con no poco placer lo halló todo bien barrido, y hechas las camas en las alcobas, y todo lleno de las flores propias de la estación y alfombrado de juncos. (...) Aquí hay jardines, aquí hay prados, aquí hay otros muchos lugares deleitosos por donde cada uno puede solazarse a su placer.
Todo invita al disfrute, de tal manera que sigue la descripción del banquete, ordenado y sibarita, al que los jóvenes se encaminan por un jardín hablando de agradables cosas, con paso lento, haciéndose bellas guirnaldas de diferentes hojas y cantando amorosamente. En la sobremesa cantan y bailan agradables canciones y no falta una siesta, tras la cual se fueron a un pradecillo donde la hierba era verde y alta y el sol no entraba por ninguna parte; y allí sintiendo que hacía un suave vientecito, según quiso la reina, se sentaron todos en corro dispuestos a contarse cuentos. Observa cómo esta secuencia narrativa siempre se repite, con más o menos detalles, al comienzo y final de cada una de las diez jornadas para dar pie a los cuentos o cerrar el marco narrativo de los mismos..
En la Introducción a la Jornada III, los jóvenes visitan una nueva villa en lo alto de una colina y en su descripción reaparecen los mismos tópicos de antes. Al descender, ven un amplísimo patio con porche, jardín y bodegas, que abre a otro jardín florido, amurallado, con árboles frutales y pérgolas de uvas. En el centro hay un prado frondoso con una fuente de mármol blanquísimo, cuya agua mana abundantemente y discurre en silencio por canalillos mientras que riega la tierra y mueve dos molinos. A continuación, este paisaje se compara con el Paraíso y no falta la mención a las guirnaldas de flores, los trinos de pájaros diferentes o las cien especies de animales tanto salvajes como domésticos. La escena del banquete acaba como en I: con cantos, bailes y siesta reparadora previa al comienzo de la narración de los correspondientes cuentos del día.
La descripción del entorno de los jóvenes narradores sigue una progresión ascendente en minuciosidad y belleza que culmina en el Valle de las Damas, descrito al final de la Jornada VI y principio de la VII. Si el jardín de III simboliza el Paraíso Terrenal, este Valle de las Damas simboliza el Paraíso Celestial, cuya circularidad connota perfección y espiritualidad.
(...) Allí, recorriéndolo y volviéndolo a mirarlo todo de nuevo, les pareció mucho más bello que el día anterior, cuando la hora del día era más propicia a su belleza. Y luego de que con buen vino y con dulces rompieron el ayuno, para que los pájaros no les ganasen con sus cantos, comenzaron a cantar y el valle junto con ellos, diciendo siempre esas mismas canciones que ellos decían; a las que todos los pájaros, como si no quisiesen que se les ganase, dulces y nuevas notas añadían. Mas cuando la hora de comer hubo llegado, poniendo las mesas bajo los vivaces laureles y junto a los demás bellos árboles, como el rey quiso se fueron a sentar al bello lago; y mientras comían, veían nadar a los peces por él en enormes bancos; lo cual les daba ocasión tanto de contemplar como a veces de comentar. (...) Pero al llegar ya la hora en que todos estaban levantados y era el momento de recogerse para relatar, como el rey quiso, no muy lejos del lugar donde habían comido, haciendo extender tapetes sobre la hierba y tomando asiento junto al lago, ordenó el rey a Emilia que comenzase; y ella, alegremente, así comenzó a decir sonriendo: (Jornada VII)
Esta fusión del hombre con la naturaleza coincide con una visión prerrenacentista de la vida. El hombre empieza a ser dueño de su destino, de ahí que los jóvenes busquen una naturaleza edénica o paradisíaca que actúa de burbuja que invita al deleite, preserva del caos, la enfermedad y el pecado y que también contrasta con el mundo materialista que reflejan los cuentos de la Jornada VII.
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