lunes, 21 de abril de 2014

La metamorfosis de Kafka en Gabriel García Márquez

El pasado viernes 17 de abril murió Gabriel García Márquez. A este polifacético escritor, autor de novelas y cuentos; de artículos, reportajes y crónicas periodísticas; de guiones y críticas de cine lo conocéis, sobre todo, por ser el autor de Crónica de una muerte anunciada y por su realismo mágico. Este autor del llamado boom de la literatura hispanoamericana no dejó de sorprender nunca a sus lectores y son legiones los admiradores de novelas tan emblemáticas como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera, por poner solo dos ejemplos.



Pero aquí lo traemos por su relación con Kafka. En más de una ocasión declaró que la lectura de La metamorfosis supuso para él un antes y un después en su carrera literaria, pues desde la primera línea se dio cuenta de la originalidad narrativa de Kafka y pensó que al igual que existía un autor muy original en alemán, él podría lanzarse a la escritura de cuentos en su propia lengua. En una entrevista de Paris Review declara: When I read the first line I thought to myself that I didn´t know anyone was allowed to write things like that. If I had known, I would have started writing a long time ago. So I immediately started writing short stories y en su libro de memorias titulado Vivir para contarla (2002), en que recuerda a los autores que le marcaron en su infancia y juventud, el impacto que Kafka le causa siendo estudiante de Derecho será recordado con estas palabras:


Vega llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a leer con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto». Eran libros misteriosos, cuyos desfiladeros no eran solo distintos sino muchas veces contrarios a todo lo que conocía hasta entonces. No era necesario mostrar los hechos: bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que todo era posible, sino en otro mundo irreparable en el que ya todo se había perdido. 



A continuación, García Márquez relata cómo en los días siguientes no fue a la universidad para que no se rompiera el hechizo y se entregó a la escritura de un cuento pensando en el personaje de Kafka. Escribió su primer relato titulado La tercera resignación (1947) en el suplemento cultural del periódico El Espectador y el éxito fue lo suficientemente grande como para que cuarenta y dos días más tarde se le publicara otro cuento. A pesar de los halagos del coordinador del suplemento, el propio autor era consciente de que había torpeza de la escritura y desconocimiento del corazón humano; [mi primer cuento] fue una confusa meditación abstracta, agravada por el abuso de sentimientos inventados. Todavía no había encontrado su inspiración en la vida real ni se había consolidado el estilo tan personal de su prosa.



Si queréis leer el cuento La tercera resignación pinchad aquí. Observad que hay alguna semejanza con La metamorfosis que el propio G.ª Márquez nos recuerda: Elaboré la idea argumental del cadáver consciente de La metamorfosis pero aliviado de sus falsos misterios y sus prejuicios ontológicos y observad también que aparecen en la narración de lo extraordinario e inverosímil la naturalidad y el realismo; ingredientes que el autor admiró en los fantasmales relatos que su abuela Tranquilina Iguarán contaba con "cara de palo", como si tal cosa, y que él asimilaría ya para siempre.




jueves, 3 de abril de 2014

Baudelaire y Poe (II): la multitud y la vida moderna


Baudelaire escribe en 1863 un ensayo de estética titulado El pintor de la vida moderna muy importante, pues presenta el concepto de modernidad en el arte y eleva lo efímero a categoría de belleza. El paradigma del artista moderno es para Baudelaire su amigo Constantin Guys, el pintor y dibujante a quien elogia en todo el texto y dedica el poema "Sueño parisino" que hemos comentado en clase. 

C. Guys, Carruajes y paseantes
por los Campos Elíseos
Constantin Guys pinta escenas urbanas de la vida diaria del París del siglo XIX (moderno, cosmopolita y tumultuoso) con la actitud propia del flanêur o paseante curioso que disfruta de sus paseos por la ciudad; paseos muy productivos para el hombre y el artista, a juzgar por la cantidad de instantáneas que retiene en su memoria y refleja después en sus cuadros. Lo mismo pinta escenas de carruajes y caballistas, que de damas y caballeros de la alta sociedad, o de mujeres en bares y cabarés solas o acompañadas. Este pintor goza de la curiosidad e imaginación necesarias para atreverse a mirar y comprender la esencia de la belleza en la modernidad circundante y eso es lo que Baudelaire elogia en su trabajo. No importa que las escenas representadas sean triviales, ya que triviales son muchos actos con los que disfruta el hombre moderno. No importa que los lugares y tipos humanos sean marginales porque la pobreza y la marginación forman parte  de las ciudades. No importa que no se refleje la temática histórica clásica (que, por cierto, fue en su día presente) porque esta no es la única posible. Si hay alguna referencia al pasado (y hemos visto alguna que otra alusión mitológica e histórica en los poemas de Baudelaire), esta se justifica por un afán de captar lo que de eterno y transhistórico también hay en lo bello y moderno.

En su ensayo, Baudelaire alude a Edgar Allan Poe y su relato El hombre de la multitud (1840) con estas palabras: 


¿Recuerdan un cuadro (¡en verdad es un cuadro!) escrito por la pluma más poderosa de esta época, que tiene por título El hombre de la multitud? Tras el cristal de un café, un convaleciente, contemplando la multitud con regocijo, se une, con el pensamiento, a todos los pensamientos que se agitan a su alrededor. Recientemente regresado de las sombras de la muerte, aspira con delicia todos los gérmenes y todos los efluvios de la vida; como ha estado a punto de olvidar todo, recuerda y, con ardor, quiere acordarse de todo. Finalmente, se precipita a través de esta multitud en busca de un desconocido cuya fisonomía, entrevé en un abrir y cerrar de ojos, le ha fascinado. ¡La curiosidad se ha convertido en una pasión fatal, irresistible!Imaginen a un artista que se encontrara siempre, espiritualmente, en estado convaleciente, y tendrán la clave del carácter del Sr. G. (Capítulo III "El artista, hombre de mundo, hombre de la multitud y niño")