
Vega llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a leer con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto». Eran libros misteriosos, cuyos desfiladeros no eran solo distintos sino muchas veces contrarios a todo lo que conocía hasta entonces. No era necesario mostrar los hechos: bastaba con que el autor lo hubiera escrito para que fuera verdad, sin más pruebas que el poder de su talento y la autoridad de su voz. Era de nuevo Scherezada, pero no en su mundo milenario en el que todo era posible, sino en otro mundo irreparable en el que ya todo se había perdido.

A continuación, García Márquez relata cómo en los días siguientes no fue a la universidad para que no se rompiera el hechizo y se entregó a la escritura de un cuento pensando en el personaje de Kafka. Escribió su primer relato titulado La tercera resignación (1947) en el suplemento cultural del periódico El Espectador y el éxito fue lo suficientemente grande como para que cuarenta y dos días más tarde se le publicara otro cuento. A pesar de los halagos del coordinador del suplemento, el propio autor era consciente de que había torpeza de la escritura y desconocimiento del corazón humano; [mi primer cuento] fue una confusa meditación abstracta, agravada por el abuso de sentimientos inventados. Todavía no había encontrado su inspiración en la vida real ni se había consolidado el estilo tan personal de su prosa.
Si queréis leer el cuento La tercera resignación pinchad aquí. Observad que hay alguna semejanza con La metamorfosis que el propio G.ª Márquez nos recuerda: Elaboré la idea argumental del cadáver consciente de La metamorfosis pero aliviado de sus falsos misterios y sus prejuicios ontológicos y observad también que aparecen en la narración de lo extraordinario e inverosímil la naturalidad y el realismo; ingredientes que el autor admiró en los fantasmales relatos que su abuela Tranquilina Iguarán contaba con "cara de palo", como si tal cosa, y que él asimilaría ya para siempre.